SOFÍA LA GLOTONA

Soy la filosofía hecha carne en la tierra, el filo de la lanza, las flores para Sofía, la incrédula, la gota de sangre que hizo temblar el firmamento, la firma escrita por el maestro. En su momento, se las entregaré bajo su tormento que tiene a los moradores.

Entré sosteniendo al lobo y al falso profeta por el cuello y les arranqué la careta. Luego, monté sus cuerpos en una carreta y agité las bridas de mis leones. Ellos ni siquiera se dieron cuenta. Fue una movida silenciosa y ansiosa para mi filosofía. ¡Ay, Sofía, Sofía la Glotona! ¡Cuánto daño hiciste a mi poderosa Génesis! Ignorante, te vi cuando rechazabas a mis genes y te burlabas en tu soberbia. Entre tus risas, ponías escorpiones mortales en corazones que fueron secuestrados bajo la agonía de tus pensamientos. Hechizados quedaron para toda la vida. Les pusiste una capa podrida que no tiene la fuerza para contradecir a mi amada Génesis. Por eso soy filosofía fina, más hermosa que tus enseñanzas, con una metáfora que traspasa el firmamento débil de sus deprimentes ideales.

Pensamientos van y vienen. Galopan entre los ríos de tu volcán, que rezan vagamente entre los muertos cubiertos por tus cenizas. Ignorantes llamas al pueblo de Dios, ja, ja, ja. Porque no se dejan arrastrar por tus corrientes flamantes. ¡Ay, Sofía, Sofía la Glotona! ¡Cuánto daño hiciste a mi poderosa Génesis! Ignorante, todavía no comprendes que fue la filosofía quien te ahogó en el diluvio, quien encendió el fuego en Sodoma y Gomorra, quien contradijo tu trastocadora sabiduría humana en el templo. Soy la sabiduría eterna. La filosofía que te hace caer del trono. La tortura maquiavélica en tu cerebro. La confusión en ese último suspiro de querer sobrevivir al juicio que te preparó Génesis. Filosofías vienen y van. Mentes macabras intoxicadas por el poder. Flamas que estornuda el infierno, orgullo devastado desde su nacimiento. Son los hijos bastardos que nunca serán reconocidos por su Padre Celestial.

Sofía, Sofía, eres filosofía. Eres tiempo breve que la brisa arrastra con cadenas a su antojo. Los deja postrados sin fuerzas en una cama que ustedes mismos construyeron. Los vuelve tan insensatos como sus primeros escritos, deprimentes para los ojos del entendido, aquel que reconoce al Hijo de Dios.

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